divendres, 27 de febrer del 2015

CONSIGA UN MEJOR ASPECTO PARA LOS RESULTADOS DE SUS ESTUDIOS

Puede que la manera más efectista de conseguir que los resultados de sus estudios parezcan más relevantes sea variar las escalas de los gráficos de resultados.

A modo de ejemplo, vea la presentación de resultados del siguiente estudio en el que se comparó la eficacia de la terapia de mindfulness frente a la de la psicoeducación para tratar la depresión mayor que no había respondido a tratamiento farmacológico.
En la columna de la izquierda puede encontrar los gráficos publicados por los autores y en la columna de la derecha los mismos resultados pero incluyendo en el gráfico el rango completo de las puntuaciones de los cuestionarios en el eje de ordenadas.

Por supuesto también puede adoptar otras medidas como atribuir la ausencia de mejoría durante el seguimiento a un misterioso “efecto suelo” (aunque los resultados de los cuestionarios estén más cerca del techo que del suelo del rango de puntuaciones). Este “efecto suelo” puede apoyarlo con una referencia a otro estudio aunque el comentario de éste nada tenga que ver con lo que le sucede a sus datos.
También puede explicar por qué su grupo experimental no mejoró en 2 de 5 de los procesos supuestamente responsables del efecto terapéutico echándole la culpa a los cuestionarios y quizás no sea necesario comentar demasiado detalladamente la interpretación de los tamaños del efecto (que indican la relevancia clínica de los resultados obtenidos) o las diferencias entre los resultados obtenidos con los cuestionarios autoaplicados y heteroaplicados.
 
Finalmente, no sea excesivamente puntilloso y prescinda de analizar en qué medida su principio activo (la mejoría en los procesos) se tradujo en mejoría de la depresión.

Chiesa A, Castagner V, Andrisano C, Serretti A, Mandelli L, Porcelli S, Giommi F. Mindfulness based cognitive therapy vs. psycho-education for patients with major depression who did not achieve remission following antidepressant treatment, Psychiatry Research 2015 (epub ahead of print)

dimarts, 17 de febrer del 2015

¿HAN AUMENTADO LOS SUICIDIOS CON LA CRISIS?

Cada vez que se produce una recesión económica grave se reabre el debate sobre la relación entre el desempleo y el suicidio. Tras la crisis mundial de 2008 casi 32 millones de personas en todo el mundo perdieron su empleo. Datos provenientes de Europa, los Estados Unidos y Asia sugieren que existe una relación entre el aumento del desempleo y el del número de suicidios. Una posible explicación a esta relación es, por supuesto, que el desempleo comporta dificultades económicas graves, pero también que aumenta el número de casos de depresión, que reduce el acceso a los dispositivos de salud mental e incluso que puede provocar que la persona desempleada se vea obligada a interrumpir el tratamiento psicológico o psiquiátrico que está recibiendo.

Sin embargo, la relación entre el desempleo y el suicidio puede que no sea tan directa. Datos previos sugieren que el efecto negativo del desempleo puede ser incluso previo al inicio de la crisis y que puede ser mayor en los países con una menor tasa de desempleo previa a la crisis.

Un reciente estudio muestra que el riesgo relativo de suicidio asociado al desempleo aumentó en un 20-30% en todo el mundo entre los años 2000 y 2011. Tal como se había previsto, el efecto de la crisis económica en el número de suicidios parece iniciarse 6 meses antes de que empiece a aumentar el desempleo. Es posible que los recortes en las empresas y la reestructuración del mercado laboral previos a la crisis aumenten el estrés y la inseguridad laboral lo que, a su vez, influya negativamente en la salud mental de los trabajadores, especialmente los más vulnerables.

Por otra parte el efecto del desempleo en el número de suicidios fue más acusado cuanto más baja era la tasa de desempleo antes de la crisis económica. En concreto, pasar de un 3% de desempleo a un 6% puede aumentar el número de suicidios en un 6%, lo que es mucho menor que si el desempleo se incrementa, por ejemplo, de un 12% a un 15%. Puede, por tanto, que el aumento repentino del desempleo en países con elevados niveles de ocupación tenga un efecto más potente en cuanto a la generación de miedos e inseguridades y en la reducción de la capacidad subjetiva para hacer frente a la estresante circunstancia de haber perdido el empleo.

En contra de lo esperable no se observó un menor riesgo de suicidio en el grupo de edad de las personas jubiladas. Aunque el diseño del estudio no permite explicar este hallazgo, parece que el desempleo de los hijos y nietos también puede afectar negativamente a las personas que ya han entrado en la jubilación laboral.

Los datos parecen suficientemente contundentes para promover iniciativas oficiales encaminadas a prevenir el desempleo y a detectar lo antes posible los casos en riesgo de suicidio. Por supuesto, y sin menoscabo de actuaciones inmediatas, parece más razonable acordarse de iniciar estas medidas en los momentos de estabilidad económica, cuando se dispone de más recursos, que esperar a buscar soluciones en crisis, cuando la recesión económica y el desempleo ya han ejercido su efecto negativo y cuando tanto los recursos de intervención como las probabilidades de éxito son mucho menores.

Nordt C, Warnke I, Seifritz E, Kawohl W. Modelling suicide and unemployment: a longitudinal analysis covering 63 countries, 2000–11. The Lancet (publicado online en febrero de 2015).
http://www.thelancet.com/journals/lanpsy/article/PIIS2215-0366(14)00118-7/abstract

dissabte, 14 de febrer del 2015

¿ESTAMOS MÁS ESTRESADOS QUE ANTES?

No hace más de 10 años que JG Ballard profetizaba en sus novelas que los nuevos modelos de trabajo y ocio del siglo XXI abocarían a las clases medias a un grave estado de estrés solamente manejable recurriendo a la violencia, al libertinaje sexual y a varios tipos de conductas próximas a la locura. Más allá de la ficción de Ballard, varios estudios de organismos oficiales británicos observan un aumento general del estrés laboral en general, y de los funcionarios públicos en particular, que suponen un grave riesgo para la salud y un enorme gasto sanitario y social.

Aunque todas las épocas “presumen” de ser las más estresantes de la historia del ser humano, los estudios, relatos y quejas sobre el elevado grado de estrés que sufre la sociedad y sus devastadores efectos se repiten con argumentos sorprendentemente parecidos desde incluso antes de que el estrés entrara a formar parte del vocabulario científico.

Ya en los años 70 el escritor Alvin Toffler advertía que el estrés al que era sometido el ciudadano medio, incapaz de adaptarse a la rapidez de los cambios tecnológicos, angustiado por la transitoriedad de todos los componentes de sus vidas y abrumado por la avalancha de opciones educativas, de medios de comunicación y de bienes materiales era el responsable de los índices epidémicos de trastornos cardiovasculares, obesidad, suicidios, crímenes, el declive de la moralidad sexual y, para no dejarse nada, de la inestabilidad de las relaciones internacionales.

El período final entre guerras mundiales, caracterizado por la inestabilidad política y la recesión económica, también se describió como una época de aparición de nuevas formas de tensión nerviosa y niveles excepcionalmente crecientes de malestar social y de incapacidad laboral por enfermedad. Así, el cardiólogo Lord Hoder atribuía el estrés de aquella época a la monotonía laboral, la falta de ejercicio y de horas de sueño, a la creciente sensación de inseguridad internacional y a la ansiedad intrínsecamente asociada a la lucha por la supervivencia. Unos años antes el eminente profesor de Física en Cambridge Walter Langdon Brown había sugerido que el rápido incremento de trastornos funcionales podía deberse a la incapacidad de las personas para adaptarse a tiempos tan rápidamente cambiantes. El psiquiatra William S Sadler, por su parte, explicaba el desmesurado incremento de la mortalidad por hipertensión arterial y trastornos cardíacos y renales al estilo de vida norteamericano. En pocas palabras, la población no podía adaptarse a la supremacía social y tecnológica de una sociedad norteamericana que ya contaba con la radio y los aeroplanos.

El psicólogo de Harvard William James popularizó el término “americanitis” para describir la “neurastenia”,
un trastorno de moda en aquellos tiempos, que sufría en sus propias carnes. En 1925 se pensaba que la neurastenia era responsable de la muerte de un cuarto de millón de personas antes de cumplir los cincuenta años de edad por culpa de la prisa, el bullicio y la incesante tendencia a la iniciativa del temperamento propio de los habitantes de los Estados Unidos. Por supuesto no faltaron emprendedores con remedios para tan grave trastorno y la compañía farmacéutica Rexall patentó el Elixir Americanitis para el hombre de negocios, debilitado por la tensión de sus deberes.

Los argumentos de James para relacionar el estrés con los trastornos psicológicos se basaban en estudios previos como los del psiquiatra Charles Arthur Mercier, que en 1890 sostenía que la locura se producía como consecuencia de la herencia y del estrés que, a su vez, era producto del exceso de trabajo, los problemas conyugales o el insomnio. En la misma época, el médico William A White también relacionaba la locura por estrés y el progreso social, en concreto, la competitividad del mundo industrial.

Aún más atrás en el tiempo, el concepto de neurastenia popularizado por el neurólogo estadounidense George M Beard constituye la versión más influyente de la conexión entre el progreso y el estrés. Beard relacionó el extraordinario aumento de la fatiga nerviosa con las presiones de la vida moderna en la década de 1860. En concreto, el acelerado desarrollo de las máquinas de vapor, la prensa periódica, la ciencia, el telégrafo y la necesidad de una mayor actividad mental para procesar los avances tecnológicos (y los cambios climáticos), lo que era especialmente dificultoso para las mujeres. Por cierto, la “nerviosidad americana” también tenía efectos positivos como el aumento sin precedentes de la belleza y la voluptuosidad de las mujeres norteamericanas, que había superado con creces a la de las mujeres europeas.

Como en el resto de períodos, también en éste se atribuía el crecimiento de las muertes por enfermedades cardíacas al inevitable efecto de la tensión mental y la excitación de las prisas modernas generadas por los avances tecnológicos como el vapor y la electricidad, la sobrepoblación y la lucha sin cuartel por la existencia. El siglo XIX fue bautizado por algunos como “El Siglo del estrés”.

Por consiguiente, cuando pensamos que actualmente estamos más estresados, olvidamos que nuestros predecesores se encontraron con circunstancias igualmente adversas que les afectaron en la misma medida que a nosotros y, por tanto, les causaron la misma respuesta de estrés. Como quiera que también ellos hicieron predicciones apocalípticas del efecto negativo del estrés en los años venideros, ni siquiera en eso somos originales.

Jackson M. The stress of life: a modern complaint? The Lancet 2014;383:300-301.
http://dx.doi.org/10.1016/S0140-6736(14)60093-3

dimarts, 10 de febrer del 2015

LAS TÉCNICAS DE IMAGINACIÓN MEJORAN AÚN MÁS LA EFICACIA DE LA TERAPIA COGNITIVO-CONDUCTUAL DE LA ANSIEDAD SOCIAL

La terapia cognitivo-conductual del trastorno de ansiedad social es eficaz. Sin embargo existe un grupo de pacientes que no mejoran lo suficiente. Por ese motivo, siempre es bienvenida cualquier innovación técnica que complemente la eficacia de la terapia cognitivo-conductual en este tipo de casos.

Las teorías cognitivas de la emoción sostienen que la presencia de imágenes negativas contribuye al mantenimiento de los trastornos emocionales. En el caso de la ansiedad social, estas imágenes consisten principalmente en una representación mental negativa de cómo cree el paciente ser visto por los demás.

Las imágenes negativas son comunes en las personas con ansiedad social. Estas imágenes suelen representar los miedos de estas personas más que la realidad objetiva y, por tanto, refuerzan las evaluaciones negativas sobre uno mismo y las expectativas de evaluación negativa por parte de los demás. Por consiguiente, también aumentan la ansiedad, la evitación de situaciones sociales y la atención centrada en uno mismo. Como es comprensible, todas estas consecuencias negativas interfieren con el desempeño social y, por tanto, contribuyen a reforzar la imagen negativa de uno mismo creando un bucle de mantenimiento del trastorno.

Las técnicas basadas en imágenes parecen ser más potentes para producir cambios emocionales y cognitivos positivos que las técnicas verbales. Un reciente estudio ha comparado una terapia cognitivo-conductual de 12 sesiones en grupo mejorada con la modificación de imágenes con el mismo número de sesiones de terapia cognitivo-conductual basada en la modificación de pensamientos negativos sin incluir imágenes. El tratamiento mejorado incluyó la modificación de imágenes sociales negativas, el afrontamiento mediante imágenes, la reformulación de los recuerdos negativos, el desarrollo de nuevas creencias mediante imágenes positivas y ejercicios de imaginación orientados al futuro.

La terapia cognitivo-conductual potenciada con imágenes fue completada por el 91% de los participantes (lo que ya es un éxito) y, a diferencia de la terapia cognitivo-conductual verbal, la depresión no interfirió con la asistencia a las sesiones de tratamiento.

Aunque los pacientes de los dos grupos obtuvieron una gran mejoría, los del grupo de terapia cognitivo-conductual potenciada con imágenes mejoraron más tanto al final del tratamiento como después del alta. Como era de esperar, aquellos pacientes con una mayor habilidad para evocar imágenes mejoraron más, pero los que no eran tan hábiles generando imágenes también obtuvieron una mejoría muy significativa y equivalente a la del otro grupo de terapia cognitivo-conductual. Es decir, no hace falta ser un virtuoso de la generación de imágenes para beneficiarse de este tipo de tratamiento para la ansiedad social.

McEvoy PM, Erceg-Hurn DM, Saulsman LM, Thibodeau MA. Imagery enhancements increase the effectiveness of cognitive behavioural group therapy for social anxiety disorder: A benchmarking study. Behav Res Ther. 2015;65:42-51.
doi:10.1016/j.brat.2014.12.011

dilluns, 9 de febrer del 2015

¿QUÉ HAY QUE PREGUNTAR DURANTE EL DIÁLOGO SOCRÁTICO?

El diálogo socrático clásico es un método de la dialéctica, es decir, una estrategia para la demostración lógica, que se utilizó principalmente para el examen de los conceptos morales, en ocasiones con fines didácticos.

La premisa original sostenía que la mejor manera de mostrar el acierto de un punto de vista es poner de manifiesto la contradicción del punto de vista contrario (por eso se basa en hacerle preguntas al otro).

En Psicología el diálogo socrático fue adoptado por las primeras versiones de la terapia cognitiva como método para revelar de manera guiada la contradicción de los errores cognitivos de los pacientes depresivos y propiciar un cambio en la manera de percibirse, de percibir su entorno y de percibir el pasado y el futuro.

En pocas palabras, las preguntas del diálogo socrático en la versión original de la terapia cognitiva de la depresión estaban encaminadas a que el propio paciente descubriera (normalmente por contradicción) los errores cognitivos que cometía cuando evaluaba la realidad. No hace falta decir que esta estrategia nada tiene que ver con el aleccionamiento o la explicación didáctica.

No obstante, no es extraño que este tipo de diálogo socrático no surta el casi mágico efecto que suele leerse en los manuales de tratamiento. En algunos casos, el diálogo socrático utilizado de esta manera genera en el paciente más sensación de incomprensión que de ayuda y más resistencia que acuerdo para el cambio terapéutico. No es extraño, ya que la modificación de las cogniciones no se produce por razonamiento lógico (saber que estoy evaluando la realidad de manera sesgada) sino por modificación basada en experiencias correctivas (comprobar que, en realidad, mi percepción era errónea).

Por consiguiente, el objetivo del diálogo socrático no es que el paciente llegue por si mismo a la conclusión de que su manera de ver las cosas es equivocada sino que acepte que los pensamientos son hipótesis (no hechos), que existen otras maneras de entender lo que nos sucede (o que existen otros posibles desenlaces además del negativo) y que el propio paciente proponga un experimento conductual para verificar la precisión real de sus interpretaciones.

El diálogo socrático se inicia recogiendo información de la visión del paciente sin ideas preconcebidas de qué tipo de sesgos cognitivos están actuando y sujetando el afán por cambiar la visión del paciente. Una vez definido con la máxima precisión el punto de vista del paciente es el momento de averiguar cómo le gustaría que fueran las cosas con el objetivo último de que el propio paciente decida qué tipo de experimento conductual le permitirá decidir qué visión de la realidad es más precisa, qué cambios en su comportamiento le facilitarían el alcanzar la realidad deseada y, sobre todo, cómo evaluará si ha tenido éxito.

Así pues, no existe un catálogo de preguntas “buenas” o “perspicaces” para el diálogo socrático eficaz. No obstante, Christine Padesky propone algunas estrategias que pueden facilitarle una cierta estructura:

  1. Concrete las afirmaciones abstractas como, por ejemplo, “me siento inútil” (es posible que lo que entiende el terapeuta no coincida con el significado idiosincrático que le otorga el paciente). 
  2. Tenga en cuenta todas las respuestas del paciente, no sólo aquéllas que se ajusten a su idea preconcebida del caso. Si las respuestas del paciente no le sorprenden y no desafían sus primeras impresiones es posible que no esté escuchando con suficiente atención.
  3. Comparta con el paciente de manera regular durante cada visita un resumen de sus respuestas. Los resúmenes no sólo refuerzan la sensación de ser escuchado y comprendido, sino que también sirven para asegurarse de que está entendiendo adecuadamente a su paciente y le permiten relacionar todas las piezas que componen la formulación del caso.
  4. Plantee una pregunta que lo relacione todo, que describa globalmente el problema y que permita diseñar un experimento para verificar la objetividad de esa visión de las cosas frente a otras posibles interpretaciones así como un plan para verificar el efecto de su comportamiento en lo que le sucede.

Padesky, C.A. (1993, September). Socratic questioning: Changing minds or guiding discovery? Invited keynote address presented at the 1993 European Congress of Behaviour and Cognitive Therapies, London. Retrieved from http://www.padesky.com/clinicalcorner/ (actualmente en Publications/Fundamentals).

divendres, 6 de febrer del 2015

¿POR QUÉ FUNCIONAN LOS TRATAMIENTOS PSICOLÓGICOS EN GRUPO?

Los tratamientos psicológicos en grupo funcionan. No obstante, todavía no sabemos exactamente por qué. Los participantes en este tipo de tratamientos suelen atribuir la mejoría a factores grupales como el apoyo o la cohesión, pero también sería posible que los mismos factores responsables de la mejoría en la terapia individual lo fueran de la terapia en grupo.
Uno de los factores que podría explicar la mejoría de los tratamientos en grupo es la influencia social normativa. Según esta variable, los participantes del grupo modificarían sus comportamientos y sus actitudes para adaptarlas a las normas grupales.
Un reciente estudio sobre la eficacia del tratamiento en grupo de los trastornos alimentarios ha observado que, efectivamente, la influencia social normativa precedió a la mejoría del trastorno alimentario y fue un sólido predictor de la eficacia del tratamiento en grupo. 
En otras palabras, aspectos del grupo como observar a otro paciente argumentar en contra del ideal femenino de extrema delgadez parecen ser los desencadenantes del proceso de adaptarse a esa visión normativa y, por tanto, iniciar los cambios conductuales y cognitivos que conducen a la mejoría del trastorno.
Por consiguiente, parece fundamental que los terapeutas sean capaces de identificar aquellas afirmaciones de los pacientes que favorecen la mejoría clínica y que las refuercen hasta convertirlas en el conjunto de normas que sirvan como modelo a imitar por el resto de los participantes.


Cruwys T, Haslam SA, Fox NE, McMahon H. "That's not what we do": Evidence that normative change is a mechanism of action in group interventions. Behav Res Ther. 2015 Feb;65:11-7.